martes, 19 de octubre de 2010




Sus ojos se cerraron, como los de un muñeco de trapo. Excepcionalmente veremos las luces de una ciudad oscurecida. Y no hay luces que puedan encandilar los ojos cristalinos, que son suyos. Esos ojos que lastiman cuando se abren, pero al mismo tiempo regalan seguridad, una sensación de bienestar absoluto, que permite imaginar que todo está bien, olvidar que hay cosas que están mal. Son ellos los dueños de la noche; son ellos los que después de terremotos, erupciones e impactos interestelares, sobreviven.


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